Reseña: I'm Still Here (2024), un Tributo a la Memoria y Resistencia de una Mujer en Tiempos Fascistas
Se estrenó en Nueva York y Los Angeles, la cinta brasileña protagonizada por Fernanda Torres, quien está más cerca de una posible nominación histórica al Oscar.
En la primera escena de I’m Still Here (2024, Sony Pictures Classics), su director Walter Salles nos sitúa en 1971, y es un día hermoso en la paradisíaca playa de Río de Janeiro, Brasil. Aquí vemos a Eunice Paiva, interpretada de manera monumental por Fernanda Torres, nadando en la magnífica bahía sin ninguna preocupación, hasta que escucha y ve un helicóptero militar volando no muy lejos de ella. Como si se tratara de una inminente y peligrosa premonición, decide salir del agua y regresar con su familia.
Con esta introducción, Salles (Central Station, Diarios de un Motocicleta), marca el ritmo y tensión que llevará a lo largo de este emotivo drama político de la vida real, que evoca la determinación y el coraje de una mujer, no solo en busca de la verdad sino del poder de la memoria y resistencia ante el terror de la dictadura (1964-85). Basada en el libro Ainda Estou Aqui (título del filme en portugués) de Marcelo Paiva, la cinta explora la desaparición de su padre Rubens Paiva, un ex congresista brasileño (Selton Mello) y sus consecuencias, desde la perspectiva de su esposa Eunice (Torres) y cinco hijos.
Esta pareja de bohemios brasileños de clase media, tienen una familia ideal, con una casa colorida, llena de cultura y música; con una envidiable ubicación a la orilla de la playa y un sinfín de interesantes amigos que entretienen cada fin de semana. Aunque la dictadura ya lleva algunos años en el poder, con el apoyo de Estados Unidos, no existe ningún incidente mayor en este círculo de progresistas cariocas, quienes quizás se sienten protegidos por su privilegio económico y social. No obstante, entre ellos hay conversaciones a escondidas, llamadas telefónicas misteriosas, entrega de paquetes y visitas inesperadas, que por momentos captan la atención de la jefa del hogar.
De manera inesperada, la presencia de los militares en las calles es más visible, así como sus agravios. Eunice se cuestiona sobre este hecho y los efectos que podría tener sobre su esposo, siendo él un exiliado que recién regresó a Brasil. Como muchos—especialmente ahora mismo con la nueva administración en este país—, Rubens minimiza la situación ya que “solo es una fase” y “que pasará pronto”. Hay conversaciones de un posible viaje a Inglaterra, donde su hija mayor estará estudiando.
Sin embargo, es el secuestro de un embajador lo que destapa la ira de la dictadura. Y así llega la segunda advertencia a la familia de Rubens, cuando una de sus hijas es detenida junto a sus amigos a su regreso del cine, al ver que no se parecen a los posibles secuestradores y una creíble conexión con el régimen, los militares los dejan ir. Este hecho los pone en alerta, pero los planes para irse fuera del país se quedan en el aire cuando unos días más tarde, el terror toca a su puerta. Esta vez no es una amenaza, es una situación real de la que sus protagonistas no tienen la mínima idea de lo que sucederá. A la casa idílica, llena de vida y en donde recién celebraban la despedida de su hija cuando se fue a Londres, ahora pesa una nube oscura con la llegada de un grupo de oficiales armados y vestidos de civil, que le piden a Rubens los acompañe para rendir una declaración.
El semblante de Eurice se transforma en segundos en un dolor silencioso con la inminente ‘partida’ de su compañero de vida, el padre de cuatro hijas y un pequeño. El hogar se convierte en un testigo mudo y significativo del terror que se está desarrollando ante los ojos de Eurice y Zezé (una loable Pri Helena), la chica que les ayuda con el aseo, quienes mantienen la cordura frente a los más vulnerables de la familia. A continuación sucede uno de los momentos más personales de I’m Still Here, en donde entre los involucrados no hay gritos, ni resistencia o violencia, sino solo una despedida a medias, un beso corto y un ahora regreso. Esta frase, sin duda, hace eco de las miles de familias en varios rincones de América del Sur que escucharon a sus seres queridos decir por última vez. Otros miles no tuvieron ni siquiera esa oportunidad.
Es a partir de este momento, en que uno entiende el porqué del éxito inusitado de Torres con la industria y las audiencias, ya que bajo la impecable dirección de Salles, realiza un trabajo fascinante al abordar este personaje con una sutileza determinante. Cuando el comando de hombres vestidos de civil, quienes llegaron por su marido, la tienen prácticamente secuestrada con sus hijos por horas, ella nunca pierde su temperamento, es más decide ofrecerles de comer, pero es el espectador que puede ver el terror en su mirada, el parpadeo nervioso de sus ojos y el temblor en sus labios. El pánico y desesperación que siente, no se pueden expresar, ya que carecen de voz.
Como si la desagradable noticia de ver partir a su esposo, no fuera suficiente ahora ella y su hija deberán comparecer ante las autoridades castrenses. El verdadero horror comienza a manifestarse en su ser, y sus movimientos corporales lo dicen todo. Por primera vez, Eurice pierde la formalidad disfrazada que la caracterizaba desde que el terror inimaginable tocó a su puerta. Así cuando llega al ‘cuartel’, el rostro real de la dictura se aprecia en todos los sentidos: los gritos de angustia en los pasillos, la sangre de los detenidos a sus propios pies, los cuartos de tortura y el terror sicológico empleado contra ella, es solo una fracción de lo que posiblemente su marido sufrió. Aún así, Eudice permaneció privada de su libertad por más de 12 días.
El cineasta brasileño, cuyas imágenes en Súper 8 obtienen una bella atmósfera a lo largo del filme, trata con fino respeto a sus personajes. Para él es una cuestión personal (se sabe que Salles convivió con la familia Paiva de pequeño), y no está interesado en los porqués de la detención de Rubens, o del drama en los tribunales. Se entiende que en ese tiempo, cualquier pensamiento progresista o de izquierda, te convertiría automaticámente en un enemigo del sistema. Empero, su foco primordial es Eudice, y todas las consecuencias (legales y económicas) que una desaparición trae consigo, un gran acierto narrativo que pocas veces se puede admirar. Para ella la ausencia (de su marido) “es una tortura eterna”, misma que la motivó para no solo para enfrentar a la dictadura sino hacer grandes cosas por su país.
Cabe apuntar que hace más de 25 años en el mismo cine de Nueva York, donde la enorme Fernanda Montenegro nos conmovió en Central Station (1998) y quien tiene una pequeña participación en I’m Still Here, ahora fue el turno de su hija, cuyo trabajo actoral habla por sí solo. En este filme, Torres hace lo propio con un dinamismo electrificante que recuerda a otras grandes actrices latinoamericanas que han dado cuenta de los horrores de las dictaduras y gobiernos opresivos (PRI, México): Norma Aleandro en La Historia Oficial (1984), María Rojo en Rojo Amanecer (1998), y recientemente Aline Küppenheim en Chile ‘76 (2022), por mencionar algunas. Con nominación al Oscar o no, Fernanda Torres ofrece una de las actuaciones más memorables del año, y la pone en la cúspide actoral a sus 59 años.
A diferencia de sus vecinos argentinos y chilenos, la cinematografía brasileña pareciera un tanto tímida cuando se trata de examinar el tema de la dictadura. Si bien el cine documental lo ha hecho de una manera constante y valiente, son pocos los casos narrativos que saltan a la memoria: El Año que mis Padres se Fueron de Vacaciones (2006), 4 Días en Septiembre (1997) o Marighella (2019). No obstante, también es importante señalar que ante los embates del pasado gobierno de extrema derecha de Bolsonaro, el cine brasileño y la comunidad creativa han respondido de manera aguerrida ante sus intentos destructivos, situación que ahora se vive en Argentina.
Para Salles, quien creció durante la dictadura y comenzó su trabajo en el cine durante los primeros años de la inocente democracia, con esta producción hace una invitación a la reflexión sobre lo que puede suceder cuando un gobierno autoritario toma el poder. Aunque muchos lo verán como una clara advertencia, cuestión que no está alejada de la realidad —ahora mismo en este país de las llamadas libertades—, lo cierto es como bien dice el dueño de una librería en la película, vivir bajo estas circunstancias, “nadie está a salvo”.