Reseña: Reinas (2024), una Separación Inminente, un País en Caos y un Sublime Rey Ausente
La historia peruana dirigida por Klaudia Reynicke, que representa a Suiza para el premio Oscar, se estrena mañana en Nueva York y Los Angeles.
El despertar de la adolescencia, un padre ausente y el decir adiós a un país sumergido en una crisis total (para los más desprotegidos siempre ha estado así), son los universos que oscilan en Reinas (Perú/España/Suiza, 2024), el tercer largometraje de Klaudia Reynicke, quien trata de enfrentar estos tópicos con sutileza y astucia, pero con algunos altibajos. Distribuida por Outsider Pictures, Reinas cuenta con un guion de Reynicke y Diego Vega, de la magnífica Octubre (2010), y nos relata el último verano que pasarán unas hermanas en Perú antes de marcharse con su madre a Estados Unidos.
Es el año de 1992, y Perú es gobernado por el horror del régimen de Fujimori, azotado por la violencia interna, con interminables apagones, una carestía de productos básicos —hasta los más privilegiados no tienen azúcar pero sí para mantener una servidumbre—, y sin faltar claro, los toques de queda. Si bien la violencia no está en mi primer plano, Reynicke intenta reflejar estas incertidumbres, miedos y exageraciones de la Lima de esa época, a través de segmentos noticiosos y en voz de sus personajes clasemedieros, cuya protección está relativamente garantizada en sus enclaves de Miraflores y San Isidro.
Ante esta problemática, Elena (una excelente Jimena Lindo) decide abandonar el país con sus dos hijas menores de edad, pero para poder irse primero tiene que recurrir a Carlos (Gonzalo Molina), el padre ausente para que firme el permiso de salida de las niñas. No obstante, para él es la gran oportunidad para entablar una relación afectiva con ellas, a unas semanas de que se vayan quizás para siempre. La dinámica que plantean los guionistas aquí es bastante sólida, y los tres actores responden con un aire de espontaneidad, sin mucho esfuerzo pero sumamente efectiva.
Las hijas son Aurora (Abril Gjurinovic), una adolescente que comienza a experimentar sexualmente y Lucía (Luana Vega), una pequeña que observa, cuestiona y no tiene miedo a decir la verdad, y residen con su madre y abuela (Susi Sánchez). Cada una vive en su mundo particular, pero en lo que coinciden ambas es en llamar a su padre por su nombre, manifestando así su independencia, distancia afectiva y de clase, ya que para ellas es un desconocido. Sin embargo, es a partir de estas salidas —unas escenas muy bien logradas—, que ellas conocen un poco a ese padre, que si bien es mentiroso revela un interés genuino, al grado de que una de ellas comienza a cuestionarse sobre su próximo viaje. Quizás Perú no es tán malo como los adultos dicen, seguro se pregunta. Para Elena y su familia, Carlos solo representa una firma, y sin esta el futuro de ellas está en juego. Todo indica que él aceptará, pero ¿a qué precio?
La verdadera estrella, del filme premiado en los festivales de cine de Locarno y Berlín, es Gonzalo Molina, quien logra una interpretación matizada y estupenda del padre ausente. Carlos es un hombre mitómano pero con personalidad, al que no le creemos nada pero que irónicamente nos inspira confianza. Tiene un rostro ordinario, pero cautivante e inofensivo. Es aquel tipo que nos deja plantados, ya que no tenía dinero para salir o simplemente se le rompió un zapato, y termina por ganarnos al contar sus aventuras del porqué de su falta. ¿Qué obliga a Carlos a desaparecer? Tal vez un sinfín de asuntos, que el filme no explora pero que deja entre ver; lejos de concentrarse en él, la directora se enfoca en cómo los demás lo miran y lo definen. Quizás es el mismo sistema que obliga a este hombre a no ser el padre que el núcleo familiar y social de Elena esperan.
No obstante, con Oscar Molina fuera de pantalla —sin ninguna explicación— y con un par de subtramas que no logran aterrizar, pareciera que el mundo de Reinas al final se estrella con una telenovela sudamericana, en donde los estereotipos, los gritos, las revelaciones dramáticas y situaciones chuscas de último momento, pasan a demeritar el tono y ritmo de la producción.
Aún con este percance en órbita, Reynicke demuestra un gran apetito por la belleza de sus encuadres, que resaltan las cuidadas locaciones, que van de una eterna gris y seca Lima, a una más calurosa y optimista. Con sus personajes es comprensiva e incluso cuando unos tienen actitudes problemáticas como la abuela de las pequeñas (la gran Susi Sánchez, un tanto desperdiciada aquí), pero sobre todo con el mismo Oscar, a quien trata con sumo cuidado.
Si bien la cineasta dejó su país natal por Suiza, con parte de su familia cuando tenía 10 años, no sabemos qué tan autobiográfica sea este filme, lo que sí entendemos es que ella deseaba reconectar con Perú de una manera orgánica, cuyo resultado fue intenso según sus propias palabras. Quizás la verdadera historia de Reinas no está dirigida a la nación andina como tal, o a la antesala de migrar, sino a ese papá ausente latinoamericano, irresponsable, con falta de oportunidades que en medio de una separación, entiende hasta el final lo que significa ser padre.
Reinas se estrena mañana en el Cinema Village de Nueva York, así como en Laemmle Royal de Los Angeles, en donde Klaudia Reynicke estará presente para una sesión de preguntas y respuestas.